La etapa de la niñez es pilar para el crecimiento y desarrollo de los jóvenes y adultos del futuro. Sin duda, como padres y madres deseamos lo mejor para nuestros hijos. Pero, ¿cómo saber que es lo mejor? Tal vez lo que para los adultos es algo obvio, para las niñas y niños no siempre resulta tan claro. Aprender a discernir entre nuestras necesidades como tutores y la de nuestros hijos nos da la posibilidad de construir una crianza consciente. Esto permitirá que cuando nuestros pequeños crezcan y maduren su cuerpo y sentimientos, tengas más herramientas para impulsar su autosuficiencia. Asimismo, logren acompañar los procesos de sus seres amados con mayor respeto y empatía. Por ello hablar del apego en la infancia nunca deja de ser un tema relevante, sobre todo ahora que para muchos de nuestros hijos salir de casa será una nueva experiencia donde papi y mami no estarán presentes todo momento.

El apego es definido como aquel comportamiento que le permite al ser humano acercarse a los otros, creando vínculos afectivos que le permitan confirmar su existencia con seguridad. La base que constituirá aquella interacción será el apego que construya con sus principales cuidadores. Según John Bowlby, psicoanalista infantil, existen tres tipos de apego que definen las personas desde el comienzo de su vida. Por lo mismo, este proceso suele adjudicársele a la madre – lo que no hace que sea así en todos los casos – sin embargo, un infante pasa por distintos factores para poder determinar su tipo de apego.

Comencemos por el apego seguro, mismo que, como su nombre lo dice, se caracteriza por ofrecer seguridad a los niños. Esta se basa en la confianza y sensibilidad emocional con la que los cuidadores resuelven la angustia en la que sus hijos se encuentran en su ausencia, lo que provoca que ellos sientan total plenitud al tener la certeza del afecto de sus padres y por consecuencia no temerle a su abandono. Las infancias que crecen con dicho apego serán más capaces de reconocer sus emociones, aceptándolas con la apertura de buscar prontas soluciones, y a su vez, reconocer sus propios límites sin avergonzarse de pedir ayuda. Produciendo menor nivel de ansiedad y poca probabilidad a tendencias depresivas.

Como segundo tipo tenemos al apego ansioso ambivalente. Al contrario del primero, éste presenta inseguridad ante la pendular actitud de los cuidadores hacia sus hijos. De la misma forma, los niños y las niñas se angustian al ver que su madre – o padre – no está, sin embargo, no sólo será la angustia de la usencia, también será más complicado proveer calma incluso siendo la madre. Serán niños más acostumbrados a la preocupación y el temor a ser rechazados, pues aprendieron que no hay certidumbre en el amor de sus padres. Incluso podrán sentirse desconfiados en momentos que conlleven alegría, sintiendo mayor efectividad y familiaridad por los sentimientos negativos, tales como el enojo y la culpa.  Tendrán mayor tendencia a la ansiedad.

Por último, el apego ansioso evitativo ofrecerá a los niños la convicción de que sus cuidadores no sienten afecto por ellos, enfatizando su aparente indiferencia ante la ausencia y regreso de sus padres. Es decir, aprenderán a evitar sus emociones negativas, pues van a procurar distancia con los otros, lo que es posible mientras simulan emociones positivas. Este tipo de apego les habrá enseñado a los niños que demostrar sus afectos es malo tras haber vivido cierta invalidación por parte de sus tutores.

Una vez que ya sabemos esto, ¿qué podemos hacer como padres y madres? Indudablemente desearíamos ofrecer a nuestros hijos un apego seguro que les permita expresar sus afectos y emociones mientras las regulan con total confianza y flexibilidad. Para poder lograrlo uno de los primeros pasos es acudir a la introspección de cada uno de nosotros, para reconocer el espacio en el que estamos educando a nuestros peques. Una vez identificadas nuestras cualidades y áreas de oportunidad en la crianza de nuestros hijos, es importante preguntarles a ellos cómo se sienten, priorizando sus emociones y confirmando que para ustedes su opinión es válida. ¡Nunca es tarde! Sin importar la edad que tengas tú y tus niños, siempre puedes mejorar la relación con ellos. Nada está completamente determinado y como padres siempre seremos fundamentales en el desarrollo de nuestros hijos.

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